Pequeñas historias de terror 2.
- Ileana Rincon-Cañas
- May 31
- 3 min read

Esta es la segunda historia que escribí en el Taller de Escritura Creativa con Simón J. Correa, bajo la consigna de narrar como si fuéramos niños. Escribir desde esa mirada inocente, curiosa y muchas veces brutalmente honesta fue un reto y, al mismo tiempo, un juego. Me permitió reconectar con una voz que observa el mundo sin filtros, donde lo absurdo y lo real conviven sin problema.
En esta historia aparece mi abuela Juanita, quien nació en 1909 y murió en 2002. Aunque el relato está contado desde la ficción, ese plátano frito que ella me hacía de merienda es totalmente real. Escribirla fue también una forma de rendirle homenaje, de traerla de vuelta por un instante, con su vestido hecho a mano y su dulzura inolvidable.
También está mi prima Selena, un año mayor que yo, con quien compartí muchas de esas tardes entre juegos, risas y sustos. Hoy vive en Tennessee, y aunque la distancia nos separa, esas memorias siguen vivas, intactas, como si todo hubiera pasado ayer.
Narrar desde la infancia no es solo cambiar el tono: es recuperar la sorpresa, el desconcierto, la lógica propia que los adultos olvidan. Esa Noche en la Sala.
Era sábado y como cada fin de semana, mi mamá me llevó a mí y a mi hermana pequeña a casa de mi buela. A mí me encantaba ir a su casa, porque ella me quería muchísimo, y yo a ella. Como soy buen diente, amaba ir, porque ella me hacia de merienda un plátano frito. Ese día estaban mis primos, así que ese fin de semana éramos muchos.
Mi tía y mi buela vivían juntas. Una era muy amable y dulce, y la otra me quería, pero no le gustaba nada. Sería porque no tenía hijos ni nunca se había casado. Se la pasaba amargada, y más cuando había tanta gente en la casa.
Ahí había muchos adornos y cuadros. Mi papá decía que le daba alergia entrar. No sé qué es alergia, sin embargo, yo estornudaba mucho cada vez que estaba ahí.
Después de un largo día de juegos, nos decidimos a cenar en la casa. Ya era de noche. En ese momento, yo grité: “¡Una cucarachaaaaa!”... Todas las niñas gritamos y los varones se rieron de nosotras y se fueron a ver televisión.
Mi buela llegó con su vestido negro y blanco, que ella misma se había hecho, y un insecticida en la mano. Empezó a perseguir la cucaracha con el pote de Fli. Ella dijo con su voz dulce que la cucaracha ya se había muerto. Entonces, seguimos jugando y nos olvidamos de aquel misterioso y terrorífico insecto.
No sé por qué, pero ese día nos dejaron sentarnos en los muebles de la sala. Ahí nos pusimos a jugar Monopolio y a hablar de la inmortalidad del cangrejo, cuando de pronto sentí algo helado que me subía por la espalda y me llegó a la cabeza. Me di cuenta que ese frio que e recorría el cuerpo no eran escalofríos sino la malvada cucaracha, que osadamente y medio muerta me había recorrido casi todo el cuerpo.
Yo grité y volví a gritar. Brincaba y me daba en la cabeza tratando de que ella se me bajara. De repente, no sé cómo, se cayó al piso. Sin embargo, quedé llorando como una Magdalena por un buen rato. En ese momento pensé: “¿Por qué yo otra vez?”
Mi buela me explicó que la había sentido helada por el Fli que ella le echó. Me contó que la había matado, pero nunca supe si había sido verdad o si ella siguió viviendo ahí por mucho tiempo.
Iliana, me encantaron las dos historias. Los platanos fritos de mamá Juanita en circunferencia eran únicos! Regresé a esa sala, a esa cocina, a ese espacio con la Tia y la Abuela. Ambas historias narradas excelente me sentí inmersa en la imagen…. y ese recuerdo de esos insectos horrorosos odiosos jajaja. Esperando la Historia #3.