Historias contadas desde la infancia
- Ileana Rincon-Cañas
- May 31
- 3 min read

Estas historias nacieron en el Taller de Escritura Creativa facilitado por Simón J. Correa. @simon13_c. La consigna de esa semana era escribir un relato narrado desde la voz de un niño o niña. Lo que parecía un ejercicio sencillo, se convirtió en una experiencia entrañable: volver a mirar el mundo desde la altura de la infancia, con sus miedos exagerados, sus preguntas sin respuesta, su humor inocente y su forma tan particular de entender (o no entender) a los adultos.
Recuperar esa mirada fue como abrir un baúl lleno de memorias sensoriales: el sonido de la lluvia sobre un techo de zinc, el olor de los plátanos fritos, el susto paralizante de una cucaracha voladora, y la ternura de una abuela que todo lo resuelve con un pote
de Fli.
Comparto aquí dos historias que surgieron de ese ejercicio. Aunque están escritas por una adulta, quien habla en ellas es esa niña que alguna vez fui —y que sigue apareciendo cuando menos me lo espero. Pequeñas historias de terror 1.
Los gritos en la terraza.
Hoy fui a jugar a casa de una amiga. La conocí en Valencia, pero ahora las dos vivimos en Caracas. Ella vive en una casa que tiene una terraza con un techo que es de color plateado. Ahí hay millones de juguetes, es como estar en una tienda de esas que uno ve por televisión. Ese día llovía mucho y hacía mucho calor, y no entiendo por qué cuando llueve hace calor. En las películas, cuando llueve, las personas se ponen suéteres. Es muy raro, yo no lo entiendo.
Pero volviendo a ese día, yo sudé mucho, ya que soy una gordita, aunque mis primos me dicen que soy una gorda que toma tetero. Fuimos a jugar a la terraza porque su mamá nos dijo que saliéramos, y justo en ese momento comenzó a llover otra vez. El techo sonaba tan duro que no nos oíamos cuando hablábamos. Empezamos a jugar con Pin y Pon, que son unos muñequitos chiquiticos que tienen pelos de colores. Ella tenía una casita con los muebles, pero yo solo pude agarrar el carro. Mi amiga trató de quitármelo, yo halé duro y ella también haló duro. De repente, oímos unos gritos que nos dejaron sordas: “¡CUCARACHAAAA, AHHH!”
En ese momento, era más importante correr que agarrar el carro, así que las dos soltamos el juguete y empezamos a correr. Era una cucaracha gigante, de esas a las que mi mamá le dice “cucaracha conchuda”, y lo peor es que era voladora.
Mis amigas corrieron hacia la puerta de la casa, mientras yo comencé a correr alrededor de una mesa redonda que estaba a un lado. No sé por qué, si son misterios de la naturaleza o yo le había caído mal, pero ella comenzó a volar detrás de mí.
Ella volaba, y en cada momento la veía más cerca y más grande. Di dos vueltas, y mis amigas me veían a través de la ventana de la puerta. Ya en ese momento se reían de mí. Y las entiendo… ver a una gordita de ocho años con un vestido de punto de abeja corriendo y pegando gritos, y a la vez perseguida por una cucaracha… ¿y quién no se reiría con semejante escena? Todos, menos yo, que era la perseguida.
Yo gritaba y mis lágrimas corrían por mi cara. En el instante en que estaba en la tercera vuelta a la mesa, tomé la decisión de enfrentar a la feroz cucaracha. Frené en seco, y ella, con la velocidad y el impulso con que venía, pasó de largo. En ese preciso punto, corrí como nunca hacia la puerta de la casa, donde mis amiguitas seguían riéndose de mí a sus anchas.
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